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miércoles, 14 de diciembre de 2011

Amor de porcelana



Quizás pueda sonar algo superfluo, pero en casa estamos encantados con nuestro nuevo plato de ducha de 3x3 palmos, aunque siempre quedará un vacío en mi corazón por el viejo plato roto. Puede antojarse algo pequeño pero es perfecto, algo así como hecho a medida para un puñetero piso de protección oficial de hace 45 años. Es un lindo pisito versión "cajita de cerillas" como dice mi tía Amelia. El piso mide unos 40m2. Desconozco si esto incluye los balcones, el trozo de patio interior, el rellano de la escalera y la jaula del pájaro pero, seguramente si.

Hace unos meses, empecé a arreglar el techo del baño, carcomido por unas antiguas goteras que provenían del piso de la vecina del cuarto. Cada vez que estaba gustosamente acomodado en mi diminuto trono expresando mis quehaceres cotidianos, por una extraña razón que me persigue continuamente, la puta "ley de Murphy", la señora Paca tiraba de la cadena y las goteras actuaban a modo de tortura china con un rítmico, gota a gota, encima de mi cabeza.

Aunque suene surrealista, había llegado a aguantar con la mano izquierda un cubo de plástico sobre la cabeza mientras hacía mis quehaceres, acompasando la Cabalgata de las Valkirias versión libre para instrumento de aire. Podría ahorrarme decir a que olía aquella corrompida mixtura de los dioses. Siempre he pensado que tuve suerte de no haber padecido algún tipo de psicosis místico-religiosa, que me hubiese llevado a beber el pútrido y fétido elixir color caramero.

Mi vecina acabó muriendo la pobre, hace algunas semanas. Resbaló con unos restos de pescado en el Mercado. Cuando me enteré de lo sucedido, no pude evitar imaginármela rebozada entre sardinas, chipirones y tripas de boquerones; por cierto, mi madre hace unos boquerones en escabeche que están para chuparse los dedos, pero eso es otra historia.

Al día siguiente, cuando baje a la calle, los vecinos habían colgado un cartel anunciando el sepelio, y por esas vagas asociaciones de la mente, me fui dando cuenta de una importante repercusión derivada del trágico suceso: se acabaron las mañanitas de Pantoja y Rocío Jurado a toda leche. Fue casi una revelación. La señora Paca era medio sorda la pobre (que en paz descanse-mos).

Para realizar mis pequeñas obras utilicé Pladur, Aguaplast y unas manitas de pintura plástica (como la vida misma), pero al desmontar un falso techo de planchas de escayola de 5 centímetros de espesor,  la última jodida plancha se me escapó de las manos y fue a caer encima de mi viejo plato de ducha. Me repetí una y mil veces... "la jodida ley de Murphy"

Mi querido plato de ducha tenía nombre propio... Manuela lo llamaba. Mi blanco y frío  amor de porcelana. Manuela había sido escenario ritual de antiguas pajas y amores imaginados durante mis largos años de desenfreno sexual en solitario. Mi corazón se partió en dos tras el terrible golpe perpetrado por esa última plancha de escayola en celo. Toda una catástrofe, no sólo por la trágica pérdida, sino por los tres días de varapalo técnico de mi mujer, recordándome seis veces al día durante tres largos días, eso de que "el dinero del mezquino anda dos veces el camino" (para ponerse a llorar).

Ella nunca sabrá lo que realmente representaba Manuela para mí. Había sido como mi nidito de amor secreto, mi refugio fetichista o algo así. Brotan lágrimas de mis ojos cada vez que, tras una profunda inspiración, contemplo el pequeño trocito de Manuela guardado en su cajita de madera y terciopelo rosa... y es que, cada uno goza de sus perversiones como quiere, que cojones.