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domingo, 31 de agosto de 2014

Asociaciones dispersas


Y ahora… ¿Dime la verdad…? 

Pregunta sable,
de las que le abren a uno el coto de las infancias,
ese inquieto calibrar
que siempre aconseja dar una buena respuesta,
una respuesta cobarde y miserable
pero buena de cojones,
una de esas que lo dejan a uno allí donde quiere estar,
en ese rincón
donde la compostura personal
pesa más que la bruma de las asociaciones dispersas,
y que el ser libre
de uno mismo



sábado, 30 de agosto de 2014

ADN


¡La jubilación engaña!

Brama la iniciativa privada
en el teatro de las devoluciones
de las manipulaciones en masa,
y de las soluciones políticamente correctas
por un breve periodo de tiempo,
por el mantenimiento de un sistema muerto
de puro saqueo


Drama: ¡en mi casa me roban!

Intriga: ¿qué te han robado?

Drama: todavía no lo sé..., pero seguro que encuentran al culpable...

Intriga: yo ya lo sabía.... que eso de dormir con un traficante de palillos usados no podía traerte nada bueno...

Drama: ¿qué insinúas?

Intriga: nada, nada... sólo eso... que trafica con algo...

Drama: Pero no son palillos... se trata de ADN humano

Intriga: ¿Quieres decir que hay alguien dispuesto a pagar por eso?

Drama: Te sorprenderías, querida...

¡Abra la puerta!

Brama la censura
en el rellano de las escafandras y los gases lacrimógenos

(el aumento de los crímenes contra la humanidad y los secuestros con final fatal, habían aumentado en los últimos años del nuevo régimen, paralelamente, un aumento de la delincuencia senil llevó a instaurar políticas de reclusión social de grandes masas de ancianos que fueron confinadas en los extrarradios. Grandes progresos en genética humana permitieron resolver el 99,9% de los crímenes innombrables, de los cuales, el 99,9% respondían a un perfil jubilado)

Puro pánico y estupefacción.
Un proto-jubilado acorralado
por las fuerzas coercitivas del mal estado

Fuerzas coercitivas: ¡Abra la puerta! Lo tenemos rodeado. Los sesgos de nuestras pruebas son irrefutables.

Don Leandro "el turco": ¡pero oiga! No sé de qué coño me hablan...  

Fuerzas coercitivas: ... de sus delitos continuados... los perpetrados durante años... los relacionados con su ADN sin fisuras... y tangencialmente con el eco de nuestras prisas confidenciales.

¡Delatar compensa!

Brama la televisión politizada,
desde el hall de entrada,
a altas horas de la noche.

Un calefactor incendiado
a escusa abierta,
por seguir siendo un hombre libre
aun sin jubilación,
por los incendios cansados,
entre telenovelas de infarto,
por todo eso de las emociones intrusivas,
por todo eso de los condicionamientos casuales,
por las advertencias de llanto,
por todo eso de las direcciones paralelas
entre el miedo del asedio y el margen impreciso de la duda

Proyección subliminal
de luces y brumas,
cruces y arrebatos

Hoy
un nuevo escandalo
fija las miradas del interlocutorio confinado.

Asociaciones de ideas y anuncios,
economía transgénica
y unos preciosos ramos de salmos:

¡El estado da por concluida la superación del déficit!

¡Compra paladio y muere trempado al lado de tu infarto!

¡Se ha optimizado la producción de calcio y de suelo recalificado!

¡Muerte atroz en el metro de Eugenesia! pero ya tenemos al culpable

¡Delatar compensa!

¡Jubilado detenido por horrores en masa! La rápida acción de nuestra fuerzas ha dado fin al genocidio

¡Delatar compensa!

¡Comedores populares a precios de escándalo, baberos esponsorizados y palillos gratis!

(Subliminalmente, proyecciones estroboscópicas asociadas trasgreden las pupilas del suburbio, mientras repetitivos suprasonidos refuerzan la esencia del mensaje):

Imagen: ¡Supera la ancianidad!¡ADN!

¡Delatar compensa!

Imagen: ¡Juventud es futuro! ¡ADN!

¡Delatar compensa!







(Relato de ficción. Cualquier parecido con la realidad sería pura coincidencia)





sábado, 23 de agosto de 2014

Referencias, sensibilidad y aciertos


Ínsula adherida
al vestíbulo de un supuesto

Puntos de referencia singulares,
y dogmas comerciales sin esfuerzo

¿Me pides sensibilidad o acierto?

Súmale seis silbidos a la pausa del aserradero,
luego coge aire y salta,
salta con fuerza
sobre sus mastines de acero,
para aterrizar sobre la madera,
y si vences,
intenta repetir seis veces el proceso

Si sigues silbando
eso es acierto,
y si no silvas
también

Células animales adheridas a las vegetales
en el vestíbulo de un tropiezo

Comunión y ocaso
de un mal paso

¿Acierto o mal acierto?

Todo sigue dependiendo de las referencias,
y del número de dientes de la sierra,
y de si sabias saltar antes de tu intento

Pero
siempre hay algo más,
porque podrías haber elegido no hacerlo,
pues eso,
eso es sensibilidad




jueves, 21 de agosto de 2014

Sin aliento


Diciembre
desciéndeme,
evitando el riesgo del ahogo,
y el sin aliento del caer de golpe,
... y por eso del decoro,
que sea rápido,
muy rápido...

Celador: Discúlpeme señora…  ¿De qué me está hablado? 
Cándida: ¿esto no es la Inseguridad Social? 
Celador: Entiendo… Qué prefiere... ¿Rasca-Rasca o Loto-rapid? 
Cándida: Mejor una foto del Papa, que de vírgenes ya tengo... 
Celador: lo siento señora, de esas no nos quedan...





miércoles, 20 de agosto de 2014

Querido redentor


Querido redentor,
sé que sabes
y que quizás sabes mucho,
aunque podría ser que no,
pero...
en el fondo,
nada de eso importa

Yo sólo se
que el confín de los orgullos
huele a goma quemada de silenciador

No diré que tu sermón
no me afecte en absoluto,
eso sería mentirte,
aunque los ardiles de telenovela,
los de esa untuosidad profusa
que se caracteriza por el sesgo de la condescendencia
y la tremebunda negación,
nunca han sido silos de mi devoción

Querido redentor,
a veces,
hay historias que parecen cuentos,
que duelen más que la morralla del ángulo de los segmentos,
pero...
aunque suene a tópico,
la realidad acostumbra a ser más cruda que la ficción

Algo grave,
más que la gravedad que ahora me invade,
es enunciarlo con aires de exclusividad,
como algo privativo,
prohibitivo,
inquisitivo,
especulativo…
y con todos los putos "-ivos" del sin fondo
de ese cuenco de cabezas
de tu parcelaria interpretación,
porque en el fondo,
querido redentor,
hablamos del dolor pluriversal
que se encuentra por todas partes,
aunque nos instruyan para no sentir,
para no pensar
para no hablar,
y para no analizar las moralinas conversivas,
que repiten con aliño:

“el silencio es salud”

Querido redentor,
soy consciente que también existen parques y risas,
flores y turgencias,
pero todo eso
lo dejo para los poetas

...En fin,
que quizás todo esto
resulta ser por esas cosas de los eruditos
y de los coches monoplaza,
que limitan el pasaje al buen viaje,
con un orgullo terco de avestruz
que sabe tanto de fangos como de finales felices

Querido redentor,
hay subjetividades amorales
que por parcelarias
desvisten ninfas
para vestirlas con fluidos purulentos,
y violarlas en los rincones oscuros de la compostura,
mientras,
en el sacro trance del mal hallado,
el martirio de los angelitos
se acalla entre los repicares de los campanarios
mientras se follan la vergüenza de sus madres
en el pulpito de las ofrendas
a la virgen de la hipocresía

Querido redentor
desvirtuar las malas formas
parece formar parte del juego,
pero en estos tiempos de silencios sociales
eso me suena a extremaunción





viernes, 15 de agosto de 2014

El experimento de Marisa


La subjetividad emocional domesticada que afronta el desconsuelo, no acostumbra a trascender como inmutable y eterna. La experiencia nos dice, que la exposición prolongada al mal acierto, anestesia el sentido del dolor, pero expone las vísceras a tumulto abierto, obturando meridianos, cerrando las ventanas al cielo, generando colisiones que abren brechas que sólo curan con amor

Marisa una chica introvertida de dieciocho años, (seis años más que los necesarios para mantener relaciones sexuales consentidas en el Vaticano), de facies cérea y con una mirada escrutadora que siempre le resaltaba el rímel de los ojos. Una mente despierta para la media de su generación y para la media de su promoción en una marginal escuela de extrarradio.

¡Tú llegarás muy lejos! le decía siempre Don Ramiro, el profesor zalamero que cada año insistía en llevarla a conocer Italia, para poder incluso llegar a ver al Papa, ¡sólo un fin de semana! le decía. Era su profesor preferido, un hombre alegre desde el confín de sus pesquisas, por la solemnidad de sus himnos y por el colofón de su profesión, que ese mismo año le permitiría abrazar una jubilación digna pero, la verdad, es que ella nunca le creía. Él seguiría siendo el mismo tiburón, iracundo y brabucón, que la embalsamaba en trajes de látex y la empaquetaba con los celofanes transparentes, que sudaba durante las largas tardes que nutrían sus delirios consentidos, hasta llegar a perder todos los sentidos, por esas cosas de las poluciones nocturnas, por esas cosas de las perversiones sexuales, y por los consentidos bríos del mal estado. 

Marisa y Cándida, su madre, vivían en un piso alquilado, con una mísera pensión no contributiva y con la exigua ayuda por hijo a cargo. 

Marisa: mama, me voy a dar una vuelta, a la calle, para despejarme... 

Cándida (agotada por la cronicidad de su enfermedad, por un camino terminal que sucumbía al desconsuelo, por unas las leyes de trilero que ejecutaban el confín de sus dependencias): ¡Vale…, pero no tardes cariño! 

Marisa, salió a la calle sin llaves y a oscuras, quedándose en el rellano de la escalera tras cerrar la puerta. Sin hacer ni un ruido, se detuvo frete al umbral, escrutando los murmullos solapados de los pisos de los vecinos, los sonidos de fondo provenientes de la calle, con el alarido sordo y monótono de los coches, y el crepitar de las hojas de los arboles mecidos por el viento. Un acompasando y penetrante silbido se acoplaba dramáticamente desde un angosto paso de aire en el tragaluz del patio de luces. Era una noche de invierno, con un frío que se calaba hasta la cresta iliaca de sus cruces, luciendo sus 3/4 de jersey lastrado, al que le faltaba un palmo y dos dedos para poder llegar a cubrirle todo el abdomen, dejándole los riñones al aire. Acompañando con dos zurcidos a juego, unos pantaloncitos cortos que le arrancaban desde el nacimiento del pubis para terminar súbitamente su bifurcación a la altura de las ingles, deshilachados y rotos, con unos enormes bolsillos que despuntaban sus blancas orejas sobre el bronceado de sus muslos.

En aquel momento, Marisa percibía el palpitar de sus instintos, los reverberados bajo la oscura soledad de no tener proyectos, ni hogar, ni un triste céntimo en los bolsillos… Pero, aunque lo intentaba con todas sus fuerzas, no conseguía abstraerse de la idea de que su madre todavía estaba en casa. Ensimismada, intentando completar el experimento social de todas sus derrotas, se asustó, por la tremebunda intromisión de una variable no discreta, que lucía bailarinas rosas y un delantal de espantos.

Lola, la vecina de enfrente, abrió súbitamente la puerta de su casa porque, sabía que alguien andaba rondando por la escalera porque, aun sabiendo que sabía, no oteaba nada, no oía los sonidos esperados tras las pesquisas que alimentaban el hambre de sus chismes. ¿Qué podría desnudar sino... en la cola del mercado? 

Una antorcha de fotones de sodio deslumbraron la desacomodada vista de Marisa, entre toda aquella intensidad diseminada, entre el acogimiento cálido y unas amargas pesquisas de interrogatorio, Marisa no atinaba a poderse cubrir la cara con las palmas de las manos.

Lola (con una ambivalencia de procesos paralelos, asustada pero relajada a la vez, por el poder saber algo más sobre el estado de las cosas, y diciendo para sí “sabía que había alguien en el descansillo”): ¡pero chiquilla! ¿Qué hace una chica joven y sola, a oscuras y con esa ropa? ¡Las chicas de tu edad no deberían salir solas a estas horas de la noche!

Marisa (con esa sensación de vergüenza social por expresar cualquier sorpresa frente a un desconocido): Perdóneme Sra. Lola, me ha asustado. Estaba sensibilizándome para cuando ingresen a mi madre y le retiren su mísera pensión, para cuando no podamos asumir el alquiler del piso, para cuando nos embarguen y nos echen a la calle, y para cuando llegue el día de mi jubilación y me arrope el abrigo de la noche en mi desamparo, por todo eso del bien común y por la superación de todas las crisis mundiales.

Lola (repasando a Marisa de arriba abajo, con una mueca de desaprobación y de incomprensión infinita, mezclada pero no agitada, con algo de envidia ajada): ¡hay que ver que de cosas tenéis los jóvenes en la cabeza! Bueno, te dejo que empieza mi serie favorita... “Amar es para siempre”

(Lola, pensando dónde había dejado el mando de la tele, cerró la puerta de golpe, sin llegar a procesar el germen del sostén de su reciente encuentro)

Marisa (Marisa, atónita por la onda expansiva de la puerta de la vecina y por el desenlace de su desencuentro, tras una ligera pausa que precedió al bloqueo por su perplejidad, intentó enunciar una torpe despedida, decapitada, discurriendo a ras de suelo, triste y condescendiente...): ¡Aaa…di... os! 

Tras el chasquido final de la última vuelta de llave, una intrigante sonrisa se iba adueñando de la fría naturalidad del rostro de Marisa. La indiferencia y la abstracción de su interlocutora, le habían ayudado a olvidar la presencia de su madre pero, también le habían ayudado a apreciar algo más... algo más que la desdicha de sus premoniciones, la esperanza en el trajín de sus comienzos porque, ella sabía que también amaba a alguien.




domingo, 10 de agosto de 2014

Amor del hijo prodigo



En la cúpula del gobierno de Catequistán,
el amor por los hombres de buena sociedad
siempre caracterizó a su ejecutivo,
abandonando a mujeres,
monjas
de piel extraña y extranjeras,
al tributo de su mala suerte,
por la mala orden 
que comulgaron sus salmos, 
creyendo que la caridad mundana
era intrínseca al alma del hombre
y de la mujer 

La cúpula del gobierno,
acababa de dar por concluido
su definitivo cometido,
elaborar un excelso formulario
de ilimitado presupuesto,
que salvará al tumulto
del tributo de su mala muerte, 
por la fatal transmisión viral
del anunciado ébola
y de sus extinciones en casa

Seguros,
de lodo y paja,
y de todo remordimiento,
sin apenas presumir por el ardil de sus verbenas,
detectando pústulas banales,
y todo síntoma fatídico
que impida abordar la recesión
de una maltrecha economía

Años después,
algunos lo llamarán
"La solución final"

¿Estornudas?
¿Tienes fiebre?
¿Te duele algo? 

Si sus tres respuestas han sido negativas,
por favor,
diríjase a la zona de embargo