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miércoles, 5 de junio de 2013

El auspicio de las amapolas


Se extrañan
los tañidos del descubrimiento,
esos que desvestían las salvas
de la sombra de los eruditos

Liberando
eructos por escape,
de fluir áspero y desmembrado,
como el mear aglomerado
que salpica el colesterol
del desengaño

Descubierto,
de repente,
por la lengua mojada de la duda,
que rezuma y traga,
golosamente,
la lluvia dorada de los benditos

Engullendo
con empacho y atropello,
los revueltos
de ese maldito mequetrefe
que ata mal el cordón de los zapatos
del verdugo de su padre,
por un mendrugo de pan,
sal aparte

Dudas atávicas
que no le hacen feos
a la última gota del quebranto,
en esa última mañana
de presuntuosa locura
y café amargo

¡Saben a migas de alcanfor!

Responde la muy zorra,
relamiéndose los cantaros
y la comisura de sus siegas,
con su mirada estrábica
y una mueca de empalago

Atento,
escruto
con la perseverancia de un cangrenador desmotivado
el río de sus sismos,
siempre
luciendo el luto
por las astucias y del desconsuelo de los salmos

¡Válgame dios!

¡Pues si!
¡Válganos a todos y a todas!
Asomados 
al precipicio
del auspicio de nuestras amapolas

Ahíto vago,
pues me comí la pájara de tus persianas,
y los mil rulos de tus rizos,
y de tus rizomas

...y total...
¿Para qué?

Para acabar sorbiendo
sucias pajas sementales
de siegas doctrinales

Para acabar ventando los aullidos del escaramujo
sobre el charco de los mudos

Para acabar siendo perseguido
por complots pluriverbales
y adulterados tropezones de comienzos,
que huelen a urea y alcanfor