Elucubrar
tranquilidades diagenizadas,
estratificadas
entre las horizontales construcciones
que decantaron hacia lo cotidiano
Cimientos rencos
que dieron sentido
a los querubines turbados,
a las jamonas,
y a los jamones curados,
imaginados y estandarizados,
en los solitarios cojos
que lucieron nuestros sonrojos
Construcciones cristalizadas,
ajenas a las cizallas
que rotaron los puñales de nuestras sorpresas,
ajenas
a las fallas inversas
que quebraron la diagonal
de nuestros esquemas
Ajenos,
ajenas,
a ese abrirse de meninges al mundo
y ver las anteojeras del pollino,
mientras gira y gira el remolino
de un destino fabulado
hecho himno
Vacilantes,
mientras gira y gira el remolino
de un destino fabulado
hecho himno
Vacilantes,
defendiendo a muerte
cada auto de fe
de todo páramo de lo impreciso,
de todo anuncio de lo diferente,
de todo anuncio de lo diferente,
de todo aquello clueco y vago,
que insinuó romper
con el "como debe ser"
denso y atorado
Vacilantes
siempre,
frente a ese esquivo entuerto
denso y atorado
Vacilantes
siempre,
frente a ese esquivo entuerto
de deslizar gajoso,
aunque ya estemos calados hasta los besos
¡Bastardos quiebros del destino!
¡Bastardos quiebros del destino!
Escuetas cábalas
de asombro torpe
de asombro torpe
que enmudecen el silencio,
que erosionan los anises verdes,
desgajados de su cogollo univerbal,
desgajándonos a nosotros mismos
con espasmos de inercia infusa,
con el desvelo
de una inocencia acostumbrada,
insomne,
quebrada y muda
de una inocencia acostumbrada,
insomne,
quebrada y muda
por lo que simplemente
acabamos llamando,
acabamos llamando,
sobresaltos