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lunes, 16 de marzo de 2015

Espantapájaros de turba


Córvidos
de picoteos nerviosos,
de dudas calculadas
por el desprendimiento de sus mangas,
de sus piernas,
de su cuello,
de su atropellado cabello
y sus tiñosas canas

Epidermis salada,
y espasmos pasajeros que no aminoran su marcha,
ni solapándose
con la arritmia filiforme y quebradiza
que discurre sinuosa
por el meandro extraordinario del anhelo

La esperanza es lo último que se pierde, dice la catástrofe al borde del precipicio

Pedúnculo arrancado
desde el lúgubre cisma de las sociedades abismales,
con sus roces abisales,
y esos malentendidos
que turban el sentido de los necios

Aunque el grito de los trasiegos acalle el canto del ruiseñor, su pecho lo delata

Cara empapada de rocío de mañana,
pies mojados,
y el pecho dolorido por la humedad que penetra atravesándole la espalda

Ausencia de rescoldo
y presencia de una risa por escape
que suena a un "si fuera..."

Titiritando hasta la gripe de los sustos
entre aguaceros matutinos
que lloran juntos,
frustraciones inflacionarias

Mojando a los mendigos 
con sus mangueras de domingo,
con un juego de exterminio
que ahoga la agonía del reflejo,
del bosquejo
que nos hace suyos

No me digas que siempre ha sido así... (recuerda el ruiseñor)

Epístola de clueco,
bajo un techo de virutas de palo santo

Espantapájaros mutilado,
de textura bituminosa,
al que se le incendia el relleno
por el susurro de la aurora

Saldando cuenta
Filo  de pedernales quebrados
guiñando sus ovillos
a la yesca mojada del asilo,
amalgamas de espesantes
y gelatinas de casino

Arde turba arde, hasta quemar la obligación de la palabra y hacerla versos de humo y paja

Clanes de córvidos graznando,
sus neumonías de domingo

Pensiones reverenciadas
que dilatan sus visitas
hasta supletorios de misa y llanto

Egoísta es, la suma del olvido y las elecciones que ejecutan sustos adornados de consuelo

Amanece
que no es poco,
con trinos de ruiseñor
y un clic de seguro asegurado,
con un dedo índice 
que luego señala
hacia la silueta más oscura

Arde turba arde, hasta quemar la obligación de la palabra y hacerla versos de humo y paja