Pasajeros
de lo sincrético mimético que anestesia el mundo,
viajando hasta sus paradas encofradas,
las que anuncian alambres de espino entre hojaldres de miel y yeso.
Edificios de columnas espinales rechinando con sus médulas abiertas,
rebosando negocios turbios que seducen por su singularidad.
Galanterías taciturnas recorriendo los adoquines de sus andanas,
al compás del buen turista.
Jóvenes descalzos juegan a tirarle piedras a los cristales del vagón de cola
hasta romperle los intersticios de la aurora,
sembrando de colores las paredes descorchadas de sus retornos.
Terrazas de bar llenas de risas ajenas y sorbos que hacen notar
la compulsiva infamia de meterle la lengua bien dentro,
adentrando en el agujero del caracol gafado,
al abrigo de un mal tiempo.
Aplastar una mosca a mano abierta
hasta el confín del titubeo,
y hacerla sangrar
presionando fuerte contra el lecho,
interpretando las señales
y calibrando un completo análisis situacional
que resuelva el secreto de la melancolía.
Lluvia de alusiones religiosas que llegan desde fuera,
rezando algo sobre adorar lo mudo,
vistiendo los zodiacos con el estigma de los sustos.
Reflexiones
e interiorizados modos para poder saber lo justo
sobre nuestros mitos fundacionales,
con el permiso del dictador de turno.
- ¿Y tú me hablas de holocaustos?
- Coge turno.
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