Páginas

miércoles, 28 de agosto de 2013

Confabulando con conejos enanos


Fabular suplicios acostumbra a congestionar el diafragma y a tensar el epiplón de las fieras.

Saturnino, el pocero feo, se quedó para vestir santos y al cuidado de un conejo enano, adoptado tras la dolida muerte del cobijo de sus dependencias y de su Alma máter. El desvalido roedor, enano y orejón, de tonos ocres y hocico color azabache, se hacia querer el muy cabrón, con sus arrumacos torpes y unas grotescas muecas de caricatura sesentera.

El pocero feo, gustaba alimentarlo con la mano, con los restos de sus degluciones y unas ocasionales vomiciones en escopeta, hecho que solía acontecer, durante la única comida del día, la cena.

Cabizbajo y bizco de placer, devoraba sorbiendo, afanosamente, casquería de bovino y cabeza de oveja vieja, o de lo que fuese menester, ofreciendo con amor fraterno los redondos ojitos a su mascota.

El conejito sin demora, roía y roía aquellos suplementos vitamínicos antinatura, sorbiendo los liquidillos espesos de sus órbitas.

Una noche de concurso, de pulmón izquierdo y cráneo cuernilargo, amenizado entre gases de metano y de gasolina adoquinera, raspó su sexo paginado, despegando el despido de sus pasmos hasta quedarse bien dormido, olvidando dar de comer a su mascota.

Dormido y colocado, sus suspiros abandonados se dejaban acompañar por el compás de unos pequeños saltitos que se acercaban a su alcoba.

Roídos ojos degollaban el silencio, entre un clamor mortuorio que pedía a gritos una pensión vitalicia por ceguera, o quizás, un fabulado contrato fijo por incapacidad y el amor de una tullida casadera.