Carmele:
yo, este año me pido agosto
Dora: Pues mira
por dónde, yo también..., porque mi hombre hace vacaciones, como siempre.
Carmele:
pues tú verás, porque lo coges todos los años y este va a ser que no.
Carmele y Dora, enzarzadas en su
trifurca vacacional, durante todo un mes de julio odiado y odiándose
mutuamente, deseándose algo malo, cual carne de bruja lacerada antes del abrigo
de su hoguera; al alba de sus inquisiciones, saborearon un desenlace:
Carmele fue trasladada dos días
antes de fin de mes, al departamento de despiece cárnico, por su afiliación al
sindicato del rimel; concretamente a la unidad de vaciado visceral, que
aumentaba su actividad especialmente en el mes de agosto, por sus elevadas
temperaturas y potenciales riesgos bacteriológicos, y por esas prisas domingueras estivales que siempre demandan más parrillas de costillar; con unas vacadefunciones automatizadas, con un olor
a sangre rancia que cerraba la boca del estómago, y con aquel monótono granizado acústico de cientos de motosierras asincrónicas, acallando los desconsolados mugidos de una argamasa proteínica y hormonada, en el alba de sus rumiaciones.
Dora no tuvo tanta suerte. Fue
asesinada tres días antes de comunicarle su cese improcedente. Despedida de la empresa, tres días antes del mes de agosto. Atropellada tres días antes por un coche tuneado,
parecido al viejo coche robado de Carmele. Abandonada en la cuneta de una curva meadera, en aquel especialmente caluroso mes de julio. Atropellada por un coche que se dio a la fuga y sobre el que no hubo juicio ni alboroto, en un tiempo y un espacio, en los que la privatización de la justicia y las defunciones colectivas, eran promulgadas por el mejor impostor.