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sábado, 24 de mayo de 2014

Estadísticos suspendidos


Una vez fui científico,
o casi científico,
un becario de mierda,
uno de esos que se desloman
por filtrear con el progreso,
por eso del mantenerse activo,
currándose el santo grial de los bullicios,
para después,
no aparecer ni en los agradecimientos
del buen libro

Ese fue mi sino
y sino
fue simplemente eso del investigar
en un país sin previsiones de futuro,
pero antes de eso
fui un estudiante de ciencias

Hoy
recuerdo los desmanes
de todos aquellos estadísticos,
acumulándose
para calcular la probabilidad
de terminar amontonados
en la clase de al lado,
en la habitación de los etiquetados,
la de los cuerpos abandonados
con los pies descalzos,
con los dedos fríos y etiqueta anudada,
por ser carne de tercera
en todo eso del saber,
en eso del ofrecer
y del ofrecerse a la ciencia
en vida
y muerte

Hoy
recuerdo bien lo que nos dijeron,
que aquello no sería para siempre,
que había sido necesario
por la escasez de aulas,
aunque aquello
acabó durando siempre,
todo aquel largo y frio año académico,
pese al caluroso abril

Corría la primavera del '86,
año internacional de la paz,
año
de una democracia
que votó
OTAN NO,
pero acabó siendo
OTAN SI
por esas cosas
de la politizada hipocresía
de las pseudodemocracias

Fue el año
de la mano de Dios,
y en el que Argentina
ganó el mundial fútbol

Fue el año
en el que suspendí probabilidad y estadística,
asignatura impartida por un tal Vladimir,
un gigantesco profesor ucraniano
rubio y de tez rosada,
el mismo que canturreaba
todas sus conclusiones,
todas sus elongadas y cuadriculadas demostraciones,
en las antesalas
de unos deshechos sociales
difíciles de digerir

Vladimir,
era un hombre de más de metro ochenta,
de más de ciento veinte kilos de peso,
que añoraba
a la vez que condenaba,
el politizado abandono de su espacio muestral,
de su Ucrania natal
a la sombra de los radioisótopos

Entonces,
en cada clase
lamentaba el triste sino
de todos los familiares y amigos
que medio murieron
para finalmente morir del todo
en la catástrofe de Chernóbil

Hoy
como algunas noches,
recuerdo el quicio de sus narraciones,
entre sus lágrimas de gigante,
frente a la acrítica mirada
de sus atolondrados estudiantes

Lágrimas
por la hipocresía calculada
que no acostumbra a plasmarse en los libros de historia,
porque la historia
siempre la escriben los perseguidores
sobre los perseguidos,
los vencedores
sobre los vencidos,
los dirigentes políticos
sobre los dirigidos

Todo y que
el accidente sucedió,
el político-holocausto aconteció,
por un abandono en diferido,
por el no avisar a la población a tiempo,
por el ponerse a salvo los políticos primero
y poner a salvo a sus familias,
y a todos sus colegas y seguidores del partido,
en un final
que no podía tener más que malas consecuencias

Afines
a sus identidades consanguíneas,
a sus concedidas adscripciones sociales,
agolpados en los aeropuertos
y en todas las estaciones y las carreteras,
acudiendo a los colegios
para salvar a sus hijos,
siempre
de forma discreta,
sin precipitarse,
despidiéndose de los amiguitos,
de los pobres pajaritos,
cobayas,
yodadas,
mutadas
y olvidadas
hasta sus zetas

Antes de popularizar la voz de alarma
millones de risas sin cara
expresaban la algarabía de un sinfín
con sabor a cesio-137
y regusto metálico

Hoy
me sigo preguntando
¿Cómo podría haber aprobado así?
entre aquellas progresiones agónicas
con la tragedia y su medio sarcasmo,
en medio de la mala trama,
el de las mentiras políticas
o el de sus medio verdades,
las que siempre acaban en el risco del desamparo

Grita alguien en la calle:
¡Todos a una!

Jauría de individuos...
Juraría que gritaba alguien...

Ahora dudo
Quizás no grita nadie

Congestionado,
en un caluroso abril
de cuerpos apilados y abandono,
de exámenes con apuntes y sin tiempo limitado,
no podía dejar de pensar
en lo que yacía en la clase de al lado,
despuntando los sudarios
desde sus extinciones en casa

Hoy
los dedos blancos
siguen rascándose la comisura de las uñas,
siguen calculándose las probabilidades de salir airosos,
de las clases cobrizas
de las facultades austeras
que confunden
el camino de la ciencia
con el zurcir el exterminio

Las desdichas del hambre
siguen sin poder pagarse unos funerales dignos,
para sus viejos,
para sus hijos,
para sus mujeres,
o para sus maridos

Hoy
se sigue confundiendo liminal
con subliminales,
potencialidad
con probabilidades,
las que siempre oscilan entre 1 y 0
en las facultades
de la edad del hierro