Gallifantes,
olor a pólvora
y comparsas
abren paso
al séquito de la realeza,
en una democracia tolerante
que condena toda sutileza,
toda crítica del estado de las cosas,
toda opinión diferente a lo prescrito,
reafirmando herencias ya caducas
de gran dispendio
y embriagado albedrío
Gallifantes,
olor a pólvora
y comparsas
resuenan con fervor
por las calles y las plazas,
junto a los sollozos de los enfermos despedidos
y los tristes ecos
de las nuevas leyes promulgadas
Leyes
alegatos del estigma,
que condenan
psicopáticamente a los tullidos,
despreciando
eufemísticamente a los dementes,
estigmatizados todos por ser improductivos
Despidos
objetivamente demostrados
por justificadas ausencias laborales,
por la absurdidad de seguir convalecientes,
o por romperse una cadera tontamente
Enjuiciados
con criterios objetivos
y sentenciados a un despido procedente,
son estigmatizados a mendigar sus alimentos
por unas leyes de equidad condescendiente
Gallifantes,
olor a pólvora
y comparsas
entre retóricas por el ahorro del estado,
que adoctrinan a consumir constantemente
en compulsiones que nos ciegan del ocaso,
por una austeridad comprometida
de europeísta patriotismo ya mermado
Gallifantes,
olor a pólvora
y comparsas
suenan entre los niños que disparan
sus escopetas de caramelos y altramuces,
ajenos a todo tráfico de influencias,
mientras desfilan sus mayores saludando,
con lustrosas armas de tiro al vivo
sobre sus hombros
Gallifantes,
olor a pólvora
y comparsas
acompañan la animalista comitiva,
entre estandartes y cabezas empaladas
de miserables animales protegidos,
parados,
enfermos
y tullidos
(Pongamos que hablamos de un país imaginario)