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sábado, 5 de mayo de 2012

El libro defenestrado


El cuarteado libro, deslomado por los avatares del mal vivir, con sus tapas descoloridas por unos inviernos fríos sin radiadores ni hálitos de sorpresa sobre sus hojas, tenía las esquinas peladas hasta llegar a la aspereza de sus vísceras descosidas. 

Sus entrañas hablaban de un pasado artesanal, de un cuerpo recio que ahora apenas lucía unos escasos dos centímetros de espesor, por el abandono de sus amarillentas páginas, por la inanición de unas letras desvanecidas que ya no leía nadie.

El libro se precipitó desde la ventana de los cristales rotos, aquella del marco blanco y descuadrado, carcomido por los rayos del Sol y los envites del tiempo. Defenestrado desde el quinto piso de aquel bloque gris que amenazaba ruina, abandonado por un grupo de especuladores traficantes de destinos humildes, consentidos y pertrechados por unas leyes hechas a medida, promulgadas en plena crisis mundial años antes de la llegada del gran líder.

Pese a todo, en su portada todavía se conservaba el calor remanente de las últimas manos que lo abrazaron, las temblorosas manos de un suicida alcoholizado, un poeta en un país de necios desquiciados por un sistema educativo elitista, hilvanado en el proyecto Neo-Bolonia y financiado por el Fondo Monetario Internacional. El proyecto socioeducativo separaba a los individuos desde su nacimiento, manipulándolos en tubos de ensayo y haciendo de ellos unos seres productivamente eficientes hasta la llegada de su decadencia, momento en el que eran reciclados por el bien de la sociedad.

El demacrado libro pasó sus páginas ese día por última vez, colapsando una tras otra sobre sus descoloridas tapas, con una aceleración constante de 9,8 metros por segundo al cuadrado. Siguió cayendo hasta colisionar súbitamente contra el suelo. Apenas quedaron intactas unas pocas hojas enganchadas a sus tapas por unos deshilachados racimos de hilos. Las hojas más deterioradas que se habían ido desgarrando lastimosamente durante la caída libre, fueron decantando su liviano cuerpo con un rítmico ir y venir que parecía llorar, hasta posarse finalmente sobre un pavimento delicadamente esmerilado.

En ese presente ahistórico, yacían ahora los restos suicidados de un destino escrito, a los que se acercaron unos jóvenes Alfa, intrigados por aquel objeto extraño en un mundo calculado, estandarizado y esmerilado. Les atrajo el ondulante palpitar de sus hojas al compás de una suave brisa de verano. Se les antojaba algo que parecía vivo. El más temeroso de ellos, un joven Alfa moreno de metro ochenta, llego a tener un principio de ataque de ansiedad, rezagándose del grupo mientras se metía la mano derecha en el bolsillo de su chaqueta gris homologada, y extraía un último pedazo de soma.

Un esbelto Alfa plus que parecía ser el dominante del grupo, hijo de una de las familias más adineradas de ese ahora Estado Mundo, se adelantó al grupo y agachándose lentamente observó los despojos de aquel ser que yacía agonizante en el suelo, y con una voz alta y clara de barítono afinado leyó el título de su portada: “Un mundo feliz”.

El joven Alfa plus se levantó, se giró hacia sus compañeros, y mirándoles con cara de asombro se encogió de hombros con una mueca de incomprensión infinita.


Dedicado a Aldous Huxley