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martes, 1 de enero de 2013

Una cara conocida


Una cara conocida
después de veinte años de despedida
de aquel tiempo compartido,
repleto de gratos recuerdos de juventud

Te encuentro algo cansado,
sentado en el metro junto a tres chavales con edad de tirar piedras
y toserle al mundo que ellos serán los únicos supervivientes de entre los cinco,
de aquí a  cincuenta años,
o quizás cuarenta

Locuaz comentas sobre tu esfuerzo,
sobre tu día a día por cubrir las necesidades propias y ajenas,
por los gastos en estos tiempos de crisis,
desapegos y discusiones
que nunca llevan a ninguna parte,
y yo,
con esa empatía inventada,
que imagino,
que me esfuerzo en elaborar torpemente,
intentando compartir ese momento con un amigo,
aunque ya no puedo

Me esfuerzo y respondo a tu duda:

- yo no tengo hijos.

Aseveras,
sonríes
y en uno de esos momentos de lucidez valorativa
entre lo que se tiene y lo que se ha perdido,
respondes serio,
ahora sin mirar a tus hijos:

- Se tendría que vivir dos veces.

En el preciso instante en el que yo pensaba lo mismo,
y es que eso,
es lo que tienen las bifurcaciones del camino,
que topan con una corporalidad manifiestamente material,
insertada en el espacio tiempo de nuestra ratonera

Llegando a la próxima estación,
Dejas caer un esperado:

- Aquí me bajo

Mientras nos despedimos
con una de esas muecas idiotas de dos extraños conocidos
que no han podido evitar el cruce de sus miradas

Ambos nos miramos por última vez,
sabiendo que quizás nunca más nos encontremos, 
sabiendo que los dos no tenemos trabajo,
ni mujer,
y que mañana volveremos a la cola del paro,
sin hablarnos,
porque nuestra irracional vergüenza social
pesa más que el hambre
y que el recuerdo