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miércoles, 22 de febrero de 2012

La carrera de Pablito



Todos hemos soñado alguna vez sobre como sería nuestra vida perfecta, dirigidos por esos tópicos de felicidad inducida a través de los medios, o por esos otros que brotan directamente de nuestro imaginario social como: el tener un buen trabajo o una buena casa,... o tantos y tantos otros tópicos normalmente relacionados con la monetarización de nuestras vidas.

Las aspiraciones de Pablito siempre fueron algo diferentes. Hijo de un padre alcohólico que lo maltrataba día si y día también, cada vez que llegaba a casa borracho o frustrado por su incapacidad para conseguir trabajo una vez pasados los cincuenta, y una madre extoxicómana y alcohólica, también diagnosticada de esquizofrenia paranoide, cuya medicalización había evolucionado paralelamente a otras muchas categorizaciones diagnósticas, formuladas por otros muchos especialistas hasta dar con un diagnostico definitivo, por ahora.

En este ambiente desmotivador del primer mundo, Pablito fue cayendo en un estado de indefensión adquirida que lo encerró dentro de un cuerpo delgado y enfermizo, de cara blanca, que sólo respondía con monosílabos en determinadas circunstancias.

El único amigo que Pablito tuvo fue su abuelo, Faustino, Tino para los amigos. Tino era la única persona que le gastaba bromas, que le hablaba sin gritar, siempre que no se encontrase sedado y  babeando por el coctel de neurolépticos en gotas que le acostumbraba a dar su yerno, el padre de Pablito. La pensión del abuelo representaba las tres cuartas partes de todos los ingresos de la familia. El padre de Pablito, consideraba que había que mantener al abuelo en estado de coma inducido, para evitar que le diese por gastarse el dinero en putas, como había sucedido en el pasado; aunque un hecho tan repentino como trágico iba a golpear aun más sus miserables vidas.

El abuelo de Pablito falleció abandonado en el pasillo de un hospital, en una camilla, sin tratamiento. Lo encontraron en pleno rigor mortis agarrado a un extintor caducado. Faustino, había acudido a urgencias del Hospital de la Desesperanza por un simple cuadro de hipoglucemia. Explicaron a la familia que, por falta de glucagon y equipos de suero lo tenían que derivar a otro hospital, falleciendo tras doce horas de romería, entre esperas y traslados. Una muerte por omisión de socorro en un sistema político-sanitario neoliberal, en pleno apogeo de recortes en sanidad, en medio de un proceso creciente de muertes pasivas de ancianos y enfermos crónicos que, casualmente ahorraba a las arcas públicas: pensiones, jubilaciones, y gasto sanitario de larga duración,... en fin, todas esas cosas poco importantes y sobre las que ningún gestor piensa.

El Estado, había volcado todos sus esfuerzos en potenciar otros aspectos con mayor proyección de futuro para el país como: el abrir embajadas en el Congo, cambiar el parque móvil de los guardias forestales o cambiar las papeleras de los parques, casualmente a cargo de empresas colaboradoras en antiguas campañas del partido, tras un estudio previo a cargo de algún conocido, por supuesto; lo que si es cierto, es que paralelamente a los recortes en sanidad y educación, se aumentaron ciertos servicios como el número de las fuerzas coercitivas del estado y el stock de armas y equipamiento antidisturbios. Había que mantenerlos a raya, les adoctrinaban. Se acercaban tiempos difíciles, les decían.

El día en que murió Tino, Pablito lloró, lloró por primera vez en su vida, pero no por la paliza que le propinó su padre tras enterarse de la noticia, sino por la perdida de aquel viejo amigo que le hacía reír. Ese día su padre se emborracho como nunca. Ese día nadie durmió en el vecindario, todo fueron gritos, golpes y cristales rotos. Ese día Pablito no ceno.

Pablito, sufría un retraso de su desarrollo físico y mental. Fue clasificado como un retraso bordeline según uno de esos test de inteligencia sesgados socioculturalemente, elaborados a partir de estudios estadísticos con estudiantes de la clase media norteamericana. La clasificación de su CI fue lo suficientemente contundente para ser dejado por imposible en una clase de cuarenta alumnos y una profesora, en el seno de un nuevo paradigma dominante de la enseñanza con una concepción determinista de la inteligencia, que excluía toda influencia del entorno, relegando al abandono a todos aquellos considerados como menos aptos, o con menos dinero para ser estimulados fuera de un sistema de educación pública bajo mínimos. Aunque el retraso intelectual de Pablito, no resultó ser lo suficientemente grave para poder acceder a los programas de ayuda especial. No era lo suficientemente deficiente, le dijeron a su padre, por lo que Pablito se llevo otra paliza. Pablito, se había situado en el limbo de los coeficientes intelectuales, en el limbo de las ayudas estatales.

Desde los inicios de su escolarización, Pablito siempre fue objeto de burlas y abusos por parte de otros alumnos. También fue perseguido por los matones de su barrio, un barrio degradado, olvidado de cualquier planificación urbanística y repleto de edificios que amenazaban ruina, con inquilinos que sufrían el mobbing de los especuladores inmobiliarios con el beneplácito de las autoridades locales que, perseguían construir una ciudad más moderna para sus bolsillos.

El primer pensamiento que tuvo Pablito sobre una vida perfecta, fue el poder salir de aquello que llamaba su casa, pero su caso no fue tributario de ayuda social alguna, y tampoco tenía fácil el trabajar, por su limitado coeficiente intelectual, decían. El único ingreso que les quedaba, era  una mísera pensión por la enfermedad de su madre y una ayuda familiar que, desaparecía cada vez que esta ingresaba en un centro psiquiátrico, quedándose Pablito solo en casa con su padre. En estas circunstancias, Pablito prefería dormir junto al calor de un cajero automático, pero esto no le eximia de seguir recibiendo las palizas de algún descerebrado, aunque no siempre podía zafarse tan fácilmente de su padre. En una ocasión, lo encerró en casa y no apareció hasta tres días después, había llegado a tener que alimentarse con los caramelos que tenía guardados como tesoros, desde aquella última cabalgata de reyes, sus únicos regalos de navidad.

Tras su primer ingreso en una institución psiquiátrica por un intento de suicidio con las pastillas de su madre, Pablito aprendió a simular los síntomas psicóticos que acostumbraba a padecer su madre y los de tantos otros pacientes que conoció durante su ingreso. Aprendió a decir que oía voces, que lo perseguían, aprendió a simular los cuadros extrapiramidales para obtener más medicación, que mezclaba con colutorio para colocarse; aprendió que no existe el virus de la esquizofrenia y que lo que el dijese y cómo lo dijese, era lo que importaba para estar colocado todo el día; aprendió cómo alargar los ingresos y así no ver a su padre; y aprendió a través de la trabajadora social a solicitar una paga como su madre.

En aquellos días, la vida perfecta para Pablito, consistía en: tener una cama limpia, comida todos los días, gente que lo cuidase y le gastase bromas como hacía su abuelo, poder ver la TV todo el día, ducharse con jabón y agua caliente, perder de vista a su padre durante una larga temporada, y con el tiempo poder disponer de una pensión vitalicia y quizás, poder vivir en una residencia con piscina; pero todo eso tenía un precio, su institucionalización de por vida, su medicalización y sus recaídas estacionales para mantener el estado de las cosas, antes de aquellos campamentos de verano que no quería perderse.

Ayer Pablito murió mientras desayunaba cacao con leche y una pasta, mientras soñaba con su próximo campamento de verano junto a aquel lago con patos. Pablito murió atragantado con la punta de un cruasán, en parte a causa de su ansiedad por comer aquellos manjares que nunca había podido comer antes, en parte por el aumento de apetito que le daban las pastillas, en parte por la disfagia provocada por los efectos secundarios de la medicación, en parte por haber nacido en un sistema neoliberal ciego a la esencia del hombre; aunque en su autopsia, como todas las autopsias, se reflejaría como causante de la muerte una parada cardiorrespiratoria, y es que, desde que el mundo es mundo uno siempre se muere cuando deja de respirar y se le para el corazón.