Tiendo mi mano
a mi migo vencido,
a mi sombra triste,
al cansado ermitaño que anida bajo las piedras de mi jardín,
fumando desolaciones y olvidando penas
Hay espacios en los que más valdría no haber entrado nunca,
pero lo hecho,
hecho está,
y no hay lugares que recuerden siempre,
ni seres que no olviden algún día
Entierra el alma de aquel espantapájaros roído,
con su saco de pulgas y sus zapatos de hoja de maíz,
y cántale al oído
la nana del dolido:
Cuna yerma
que acoges mi gesto,
arropa mi alma y el dolor que llevo dentro
Apremia tu aliento
en mi pecho vencido,
plantando coraje
y semillas olvido