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viernes, 14 de diciembre de 2012

Un retrato sin nombre


Acurrucado entorno a los rescoldos de un vivido pasado
que ahora subyace bajo las cenizas del olvido descarnado,
del ya pasó,
del se acabó,
intento mantener el calor remanente
al abrigo de un presente que me dice que aun hay algo,
porque incluso a veces,
llego a olvidar que sigo vivo

Reprochándome por una penitencia autoimpuesta,
por la insensata sentencia
que precipita al abandono todos mis recuerdos enclaustrados,
clausurados en el hastío que precede al punto y final,
mirando la vida desde la barrera,
allá,
a lo lejos,
con una miopía visceral que sólo distingue sombras tenues,
y algunas luces que se me antojan antorchas humeantes,
ardiendo desde el umbral de la cueva de mi adiós,
mientras me sublimo en entelequias,
entre las fantasías lacerantes de lo que pudo ser,
pero no es,
ni será

Obcecado
con la redundante idea de que el riesgo de cualquier alternativa
sería un peso insoportable,
un terror abominable,
algo digno de evitar
 
Escondido tras las cortinas de la nostalgia,
con postura penitente ante un presente
sordo y masturbado,
me cobijo bajo aquella Luna compartida,
en aquella vieja foto algo movida,
custodiada hace tiempo
entre los deshilachados flecos de mi cajita de terciopelo verde,
con aquellos cristalitos esmerilados de vivos colores,
cosecha de antiguos amores
que también sucumbieron al olvido destemplado,
como todo lo demás
 
Varado ahora
entre lo que fuimos y ya no somos,
estallo apasionado en el ocaso de un clímax pasajero,
con un flashback iluminado por los finos trazos de mis desastres naturales,
convencido de que aun contengo alguna cosa de aquellos santos inocentes,
que fueron remansando en el relicario de mis miserias,
en el urdir entre los atisbos de mis esencias,
y mis anhelos por encontrar las pinceladas perdidas,
y mis colores,
y mis sombras

Encaramado a esta nueva pared empapelada,
en esta casa con olor a moho y cal ajada,
contemplo desde el marco de un retrato,
un ventanal que redescubre el mar de mi pasado,
el romper de las olas sobre la rocalla de mis puntos y aparte,
y el lento cristalizar del salitre salpicado sobre sus cristales traslúcidos,
en estos días de tormenta,
en esos días en los que el ulular del viento azuza los rescoldos de mis penas,
tornándolos en agudas llamas y unas truncadas lágrimas,
que discurren por el cuarteado rostro
de un retrato sin nombre