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sábado, 3 de marzo de 2012

Dibujando monstruos


No puedo expresar nada más que ya no sepáis sobre la vida. Se que no soy original diciendo que la vida es un valle de lágrimas y risas, un mar de colores, de tonos grises y de parcelas negras que es preciso descubrir, si se quiere conocer algo más sobre eso del vivir.

En la vida hay: tragedias, desamores, injusticias, abusos, violaciones, hipocresía, exterminios,... tendencias destructivas y despreciables en general… aunque también hay: amor, belleza, amistad, bondad, mariposas y flores… tendencias constructivas y bellas en general... y otras cosas que se acostumbran a expresan mediante términos más neutros, que se pueden combinar con cualquiera de las dos opciones anteriores.

Pese a mis tendencias hacia el lado oscuro de la fuerza, no me siento depresivo ni nada por el estilo, todo lo contrario, me regocijo en el lodo de mis miserias imaginadas y reales, es como ver el sarcasmo que hay entre el papel pintado con sangre fresca en las paredes, el rimmel que aun perfila mis cuarteados labios, y mis manos ensangrentadas tras acabar de matar un conejo a porrazos. Tampoco creo ser un psicópata, aunque estaría más cerca de esto que de lo otro. Considero que desde la perspectiva del lado oscuro, se describe mejor la belleza por contraste; sería como apreciar la belleza y el amor desde su ausencia más que contemplarlos desde un mismo plano.

Desde mi particular perspectiva, cuestionable hasta los huesos, pienso que todos valoramos más la vida, la belleza o el amor desde su perdida o desde su vacío, que desde una monótona convivencia que nos anestesia los sentidos, pero es sólo una opinión. Como decía el gran amigo Yuri... me gusta subirme a un gran pino y tirarle piñas a un avestruz.

Recuerdo que una vez tuve un profesor que se llamaba Don Marciano. Era un hombre entrado en años, algo encorvado, clavo, con sobrepeso y una apetencia por el sexo de los ángeles que mojaba a las vírgenes de las estampas. Don Marciano era como la reencarnación de un Íncubo gordo y baboso, aunque este cargaba con un pesado crucifijo a modo de martillo que... "era de latón, de latón, de latón era, era de latón..." como... "...el cacharro de mi abuela...", y que llevaba colgando alrededor de su papada, y con el que no dudaba en pegarte en la cogotera a traición si hablabas en clase o simplemente si se le antojaba por no haberte comido una de sus piruletas durante la hora del patio.

Un día, me dijo muy cabreado, aunque conmigo lo estaba siempre desde aquel bocado que le pegue en una pierna. Ese día que la hora de patio se hizo especialmente larga para mis otros compañeros:

- Óscar, tú nunca llegarás a nada en la vida, porque cada uno tenemos el futuro que nos merecemos.

Aunque resulte paradójico, todas esas sentencias vejatorias y desmotivadoras, llegaron a reconvertirse en principios de motivación intrínseca para mi psique, quizás esta es una de las razones de mi tendencia a expresar desde la oscuridad mis luces. Posteriormente a ese comentario, me tocaron un par de ostias no consagradas, a modo de boomerang.

Desde aquel antológico día del mordisco, le siguieron toda una ristra de suspensos hasta que me cambiaron a un colegio público. En ese nuevo colegio, pasé de ser el paria de la clase a ser el matón de los matones, en sentido literal, porque esa clase era mía. Cuando defendía a los débiles de las extorsiones de los abusones, me quedaba con una parte del botín... y ahí empezó mi imperio de poder, porque nadie es perfecto y yo tampoco he dicho nunca que fuese un santo. Siempre me he escudado frente a mí mismo diciéndome... "...la vida me ha hecho así, no la he inventado yo..."

Cuando me pillaban habiendo robado los estuches con lápices de los otros niños, porque mis padres siempre se presentaban en el colegio con mi colección de plumieres, yo iniciaba toda una puesta en escena de pringado estigmatizado que, dejaba en bragas a Regan MacNeil y su cuadro de posesión. Mirando con cara de angelito condenado les decía:

- Estoy poseído, el diablo me habla y me hace hacer cosas...

Yo sabia que no se lo creían del todo, pero también sabía que en sus mentes, siempre existía un margen de duda razonable, y yo vivía en el charco de esa duda como un sapito, hasta que me llevaron a un psiquiatra. Después de contarle al médico mis vivencias extracorpóreas y hablarle de mis voces, recomendó a mis padres un cambio de colegio y mi internamiento en un centro especializado, hasta dar con el problema, decía. Mi patología fue recorriendo varios diagnósticos psiquiátricos, atravesando toda la pedrera de las psicosis hasta llegar a lo que fue mi última etiqueta diagnóstica, el trastorno limite de personalidad, que se acababan de inventar, casualmente.


En uno de mis ingresos conocí a un tal Pablito, al que le hice la vida imposible hasta que murió atragantado con la punta de un cruasán el pobre, aunque yo se cual fue la auténtica causa de su muerte. La sobremedicación lo mató. Esa podría haber sido una de tantas iatrogenias que pueden pasar desapercibidas, como reventarle los pulmones a un neonato por no haberlo intubado colocado el tubito apropiado con válvula de salida de aire a la botella de oxígeno, o iniciar una operación sin comprobar antes de abrir si el paciente es un situs inversus,... Estas son cosas que pueden pasar en la ironía del vivir y del morir de cada día, pese al no saber, no querer saber o preferir seguir viviendo como avestruces. Pero si he de ser sincero, ese día no fue iatrogenia. Ese día yo le cambié a Pablito unas cuantas pastillas que había ido guardando, por medio paquete de tabaco. Era costumbre el traficar con tabaco y pastillas durante los ingresos, pero nadie podía saber que la sedación le llevaría a no poder tragar aquella punta de cruasán, porque a Pablito, le gustaba estar siempre colocado.

Recuerdo una anécdota de las clases de dibujo de Don Marciano, la que llegó a ser mi última experiencia junto a aquel tirano. Yo, acostumbraba a dibujar temas oscuros y macabros, lo que en aquel entorno y aquella época representaba un auténtico estigma social. Esto agrandó mi ego y mi devoción por lo oscuro. Los otros niños me llamaban el Anticristo... y aunque pueda resultar paradójico, me gustaba el mote, pero a mis padres y a los profesores, no. En esas clases, los otros alumnos dibujaban motivos florales con bellos pajaritos o situaciones cotidianas, lo contrario que yo. Siempre dibujaba, monstruos y paisajes decrépitos... Un día en el que Don Marciano estaba especialmente irónico, se acercó de puntillas y traición, como siempre, y cuando me quise dar cuenta ya lo tenía con una mano en mi hombro:

- Qué Óscar, ¿dibujando otra vez cosas feas?

- No, Don Marciano, sólo son ojos y pies haciendo cola para subir al autobús.

Respondí yo, sumiso, sin quitarle ojo al crucifijo de latón que le colgaba oscilante sobre mi cabeza.

- ¿Qué podemos hacer para que algún día dibujes cosas bonitas? ¡Condenado!

Yo esperaba un capón de los suyos, pero ese día ni tocó el crucifijo, y parecía incluso que me sonreía el tío. En ese instante, me sentí integrado en la clase como nunca, con todos mis compañeros mirando. Yo era el protagonista del momento y mi prestigio dependía de una respuesta ingeniosa frente a toda la clase, porque yo era el Anticristo y no quería dejar de serlo. Cogí aire y le solté:

- Cuando todos los demás niños pinten monstruos, yo pintaré flores Don Marciano, porque en este mundo ha de haber cosas feas para que luzcan las bellas.

Todo fueron risas entre mis compañeros de clase, mientras Don marciano frunció el ceño y no dudo en quitarme el dibujo y rompérmelo en mil pedazos, como hacía siempre. Aunque ese día no hubieron golpes, Don Marciano se enfadó mucho y me grito:

- ¡Eres un paria, un perdido que irá al infierno!

En ese momento, yo pensaba en los juegos de ese íncubo seboso, mientras esquivaba los perdigones de sus babas que lo salpicaban todo, al mismo tiempo que Don Marciano se iba poniendo cada vez más morado y se le inflaban las yugulares.

Yo, hice un intento por esquivar el chaparrón que estaba cayendo y calmar a la bestia, utilizando mi escusa estrella, aunque esta vez sonaba más falsa que nunca, por el miedo:

- Es que... estoy poseído.

Cuando de repente, Don Marciano, empezó a echar espuma por la boca, a cogerse el pecho con su mano derecha y a mirarme con unos ojos que se le salían de las cuencas, cogiéndome con su otra mano por el cuello mientras se desplomaba hasta hincar las rodillas en el suelo. Arrodillado frente a mi, delante del Anticristo, me sentí poderoso por primera vez en mi vida. Me zafé de su mano como pude, aterrado, pero extrañamente feliz a la vez. Me sentía envalentonado, manteniendo una sonrisa contenida de Gioconda atragantada que se deshacía entre las pequeñas risitas que se me escapaban entre los labios con aquellos pequeños soplidos. Cuando casi sin querer, me acerqué a su oído y salió de mi interior una vocecilla extrañamente grave, que me quemaba la garganta:

- Don Marciano, en esta vida y en la otra, cada uno tenemos lo que nos merecemos, y usted se va a ir directamente al infierno.

Y seguidamente, el tirano cayo de bruces, muriendo de un infarto.

La escena era dantesca, con Don Marciano babeando y muerto a los pies del Anticristo, fulminado como una mosca, y aquel prolongado silencio, que se rompió cuando todos empezaron a señalarme y a gritar llenos de pánico:

- ¡Es el Anticristo, el Anticristo,...! ¡Lo ha matado!

Los más cobardes salieron cagando leches, con sus caras desencajadas y sin quitarme el ojo de encima. Los que habían estado más sometidos al yugo del tirano que yacía a mis pies, vivían un júbilo descontrolado, tirando sillas y rompiéndolo todo, en una imagen  de ansia desatada que siempre me ha recordado la ira de los niños de "El señor de las moscas", una película que siempre me ha dado que pensar.

Ese mismo día me enteré de que mis padres habían hablado previamente con el director y con Don Marciano para cambiarme de colegio.

Ese día yo fui el auténtico Anticristo, El liberador de la tiranía de una doctrina corrompida, trasmitida por un Incubo corruptor de angelitos, arropado por la hipocresía de una institución manipuladora de símbolos y voluntades.